martes, 6 de octubre de 2015

Querido Julián,
la verdad es que desde esta plataforma pretendía contarte cómo naciste, cómo te alimentas, cómo te estamos criando, las gracias que haces y lo encandilados que nos tienes, pero ya irás descubriendo que cuando tu madre programa algo es solo cuestión de tiempo que ponga los planes patas arriba y deshaga lo hecho e improvise respuestas y acciones, que, menos mal, al final no son catastróficas, pero que un poco locos nos vuelve a todos, empezando por mí misma.
La cosa es que esta mañana me levanté un poco triste y un poco enternecida. Había soñado otra vez con Pam, la amiga que perdimos hace podo más de un mes. La verdad es que no sé cómo explicarte que alguien tan joven, tan alegre, con tanta energía y aquella voz envolvente pueda apagarse así, de repente, contra todo pronóstico. Sé que sabes de mis sueños, porque esta noche, en mitad de ese sueño en el que Pam estaba tan enfadada que ni cantar podía, me desperté agitada y, dormido, te arrastraste hasta mi lado de la cama y te acurrucaste en mi cuello, dándome el más bello de los consuelos.
Desayunamos todos juntos, el bizcocho que hice ayer con productos biológicos y sin azúcar, que sustituí por manzana y pasas, convencida de darte lo mejor en un planeta que tiene ya transgénica la raíz... y la noticia de tres mujeres más víctimas de sus parejas nos asaltaba atragantándonos el café. La verdad es que tampoco esto sé explicártelo. La gente se quiere mal, y todos somos tan gente a veces...pero estos extremos parecen capítulos de una serie de ciencia ficción y de terror.
Papá se fue a trabajar, preocupado como siempre por el tráfico, por la hora, por dejar un desorden ya enquistado en la casa y con el que en realidad he aprendido a convivir. Un beso pequeño, al vuelo, escaso, la verdad...la verdad es que tampoco puedo explicarte en qué momento el amor se debilita un poco, se quiebra, casi dulcemente, a la espera de que seamos alfareros hábiles y perspicaces que sepamos reparar la grieta en su inicio para que con el tiempo nada se parta y apenas se sienta el recuerdo del crujido pasado.
Estabas agitado. Quizá contagiado por esta energía mía de hoy un poco gris. Así que te acoplé a nuestra mochila de comercio justo hecha a mano en África mientras ya en televisión pasaban a analizar el juicio de esa pareja acusada de acabar con su hija adoptiva...la verdad, cómo explicarte esto...
Salimos a la calle. El otoño inundaba el barrio con un viento templado y húmedo, olor a caracoles, nostalgia de los viñedos de mi tierra que no vivo hace años. Fuimos al todo a cien de esa familia china que tiene muchos niños poniendo etiquetas con nuestro portabebé africano. Compramos alguna tontería y nos fuimos, tú medio dormido apoyado en mi pecho, yo un poco avergonzada por mi moral multicolor y variable...
Nos cruzamos con el yonkie que siempre nos cede su puesto en la fila interminable del supermercado, con la anciana que nos contó que nunca tuvo hijos y se le escapaban las lágrimas cosquilleándote un pie, tomamos un café rápido en la Columbia, nos detuvimos un momento a ver el patio de una escuela tomado por un ejército de niños desbocados saturados de las horas de encierro en las aulas, dedicamos unos pasos a la ausencia de mi padre, como todos los días hace veinte años y al llegar justo al cruce antes de la última manzana para entrar en nuestra calle, aparecieron dos encantadoras señoras con un manojo de folletos en las manos y sospechosas sonrisas amorosas que nos apuntaban mientras me extendían uno de los panfletos en los que se leía claramente: A verdade, en portugués, claro, impreso sobre una imagen de un señor de barbas y túnica blanca. La verdad, tampoco sé explicártelo.
Esta mañana tu abuela morena compartía un artículo cuyo título era Ignorantes somos todos, pero cada uno ignora algo distinto. Y de repente me acordé de ese artículo y de lo que te escribí cuando naciste. El mundo es mejor ahora, contigo. Yo soy mejor contigo. Pero hay que ver el mundo al que te hemos traído.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Querido Julián,
te escribo con una sola mano porque la otra te sostiene en brazos mientras duermes enganchado a mi pecho. Tienes un año, un mes y un día y eres lo más bonito del mundo.
A partir de aquí ya estamos situados, empecemos, pues.
Fuiste concebido el 23 de noviembre del 2013, de manera que para mí casi es más importante esa fecha que la del día que naciste, momento que recuerdo tan fragmentado como quedó mi cuerpo, a pesar que es a partir de ese instante que me siento completa y plena.
Durante ese invierno del 2013 comencé a escribirte en un cuaderno que me regaló tu abuela rubia por uno de mis cumpleaños. Te escribía sin saber si eras niño, niña, simpático, llorón, calvito o paticorto, porque ya el día 24 de noviembre me sentí flotar, el mundo entero había cambiado y el amor me inundaba a la velocidad a la que se reproducían tus primeras células. Tu padre me miraba entre escéptico y absorto cuando ese mismo día yo le hablaba ya de tu existencia y cuando un mes más tarde pudo confirmarlo con una prueba de embarazo empezó a regalarme también miradas teñidas de sorpresa y susto.
En aquel cuaderno anotaba mucha tontería pensando en que con los años tal vez te guste encontrarlo... pero reconozco que llegué a límites absurdos, como pegar los papelitos del practicante que me hacía los análisis de sangre y te contaba cuál me dolió y cuál no. En todo caso, mi objetivo es el mismo al crear este blog, solo espero no excederme. Y si lo hago, espero que te diviertan los excesos de tu madre, cuya intensidad has heredado.